NOTA AL PIE :
un textito escrito por mi .
NIÑO PEQUEÑO Y PANDEMIA.
Verano, 1903, el pueblo de Lucero de la Comarca
aparece como una pintura. La luz solar remplaza al lúgubre paisaje, que lo es
en tiempos de la posguerra. La casa colorada del final del camino que conduce a
una ermita, acoge a Crisanto, un niño de 12 años, de tez blanca, rulos castaños
coronan su cabeza, y dos cejas pobladas semicirculares sobre sus ojos los acentúan.
De voz aguda, casi chillona no es muy agradable para los que se encuentran alrededor.
El busca sobresalir entre sus pares de edad. Él está ensimismado en mejorar,
pero no sabe cómo hacerlo. Tenemos a Quique, el mejor deportista del pueblo,
capaz de correr 30 kilómetros en 2 horas, o a Eustaquio quien nadie lo supera
en matemáticas o ciencias numéricas, también esta Roberto, seguramente el más
guapo del colegio, todas las niñas suspiran mirándolo. Incluso las muchachas
sobresalen unas entre otras.
El niño mira al horizonte y sucumbe al llanto, la
impotencia hace que rompa su alma y caiga su mentón hacia su pecho y cierre los
ojos. Una enfermedad aqueja su cuerpo, es un niño con una estatura más baja
para la media de los niños de su edad, lo cual acarrea risas burlonas de sus
mal llamados amigos, Él no puede saltar a mayor altura que Quique, el no llama
la atención a las niñas por algún atractivo físico, solo lo hace por su
estatura, incluso tiene problemas con la fonética y la dicción que también le
traen inconvenientes.
-Porque me tocaría a mí? Pregunta encerrada en su cerebro,
y las ideas se atiborran, llenas de melancolía, ya que se acuerda de las bromas
de mal gusto, de los empujones, de las comparaciones con su estatura, en fin,
con las complicaciones por no haber crecido “como es debido”. Como no quisiera tener,
10 o 15 centímetros más de altura y no soportar el jalón de orejas que le
realizaban los niños más altos de la escuela, por detrás y en cualquier momento
insospechado.
Antonio y Nicolasa, sus padres, agricultores, le
brindaban poca importancia al grave problema de su vástago, ocupados en sus
afanes cotidianos, buscaban otros horizontes rendidos a no poder ofrecer
soluciones al sufrimiento de su hijo. María la hermana menor, miraba de soslayo
y no entendía porque las muecas de Crisanto eran de molestia y a veces de resignación.
La vida pasaba monótona en la comarca, y el tiempo
pasaba inalterable, llego el otoño y con él las lluvias y la calamidad entro en
forma de un canal obstruido que por el barro acumulado produjo que la pequeña represa,
en lo alto de una serranía, que utilizaban para la proporción de agua para el pueblo,
además del regadío, se sobrecargara del líquido elemento, produciendo que el
derrame de agua inunde todas las casas cercanas y llene de angustia y
desilusión a los habitantes.
Todos se pusieron a solucionar el infortunio, unos
gritaban mientras extraían el agua de sus habitaciones anegadas, otros
intentaban llamar a autoridades civiles, o instituciones de pueblos vecinos,
para la ayuda, pero nada, cada hora que pasaba el lugar cedía al embiste
hidráulico que, sin razón ni obligación atacaba a sus vidas cómodamente situadas,
En una investigación de los pobladores con más
edad de la comarca, llegaron a la conclusión que simplemente la solución pasaba
por el destape del tubo que llevaría el agua acumulada por el rio que pasaba
por la periferia del poblado, pero, no tenían herramientas, no tenían dragas,
no tenían ayuda, ya que era una promesa política del alcalde, el limpiar la
pequeña represa en tiempos secos y no la cumplió.
Ante el sórdido panorama, nadie se atrevía a nada,
hasta que Crisanto, viendo la desesperación de sus padres de quedarse sin casa,
se ofreció a sumergirse en el estanque y bucear para limpiar el tubo de desagüe,
él era el único que lo podía hacer por su tamaño físico y porque ya había dado
pruebas de ser un gran nadador, Quique era muy alto y los demás niños no se atrevían.
Los adultos no cabían. Ante la mirada atónita de los pobladores y con la
aprobación de su familia, realizo la inmersión y tomando aire, intento entrar
en el tubo que solo tendría medio metro de diámetro, la luz del día se apagaba,
y la lluvia no paraba, Intentó dos veces, pero la poca experiencia lo hizo retroceder.
Cargado con el aliento de la gente y pensando que todos dependían de su
habilidad y tomando fuerza moral , buceo y llego por fin a la porción distal
del tubo , moviendo como pudo piedras acumuladas en él , logro retirarlas ,
haciendo que las aguas acumuladas salieran a gran velocidad , empujándolo y
llevando su cuerpo hacia el rio , mientras los asustados espectadores ,
elevaban un grito sobresaltado , que luego se convirtió en un grito de alegría
al ver a Crisanto , un tanto magullado , pero vivo y sonriente , salvador de la
comunidad . Lucero de la comarca volvió a ser el pueblecito aquel.
En estos tiempos de Pandemia 2021, el estanque es
el virus, y Crisanto la vacuna.
José Luis
Sebastián Salas
jlss
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